Los lápices también atraviesan la carne

Siempre me gustó dibujar, desde chiquito. Tenía el tiempo y la energía para hacerlo las 24 horas del día, y lo hacía. Tampoco es que tuviera amigos para pasar el rato, era muy tímido yo, muy introvertido y ellos muy idiotas. Conformaban un rebaño que seguía al pastor con el juguete más nuevo, y cuanto más caro, más lo seguían. Materialistas hasta la medula, lo peor de la sociedad. En fin, en ese sentido yo era la oveja negra del aula, siempre callado, dibujando o mirándole el culo a alguna compañera. Yo me sentía bien así y a ellos mucho no les importaba, manteníamos una especie de estatus quo, una tregua cuando se jugaba a la guerra o un parley en caso de piratas, y creo que las señoritas estaban involucradas en el asunto.

Sin embargo, fueron muchas las veces que tuve que jugar obligatoriamente con ellos para poder aprobar la cursada, algo que jamás me entusiasmó mucho ya que ellos eran extremadamente violentos y yo le huía a la violencia. No tanto por cobarde que era, sino por lo inmoral y poco ético que la encontraba, y creo que fue esa forma de pensar la que me metió en problemas.

Fue en mediados de Agosto, una época extraña, cuando transfirieron a un nuevo compañero llamado Vladimir. Desde el vamos, desconfié de él.

Tal vez fuera por su nombre sumamente ruso o por el momento del año en que esto sucedía, pero me encontré incapaz de sociabilizar con él. También cruzó por mi mente que fuese un problema de sus padres: se habían mudado, cambiaron de trabajo, echaron al padre, quien sabe. Al fin y al cabo, cualquier problema que tienen los padres, siempre recae en los hijos; y no me equivoqué. Era un hijo de puta. Un violento de esos que pegan para establecer un orden jerárquico y no por el simple placer de golpear; para mí son los peores ya que lo piensan en frió y aun así lo hacen. No faltó poco para que, uno a uno, se fueran uniendo a su séquito y lo siguieran por todos lados. Le sacaba la plata del recreo a los de la Salita de 3, y estaban enemistados con los de la Salita Rosa. Rápidamente me convertí en la Suiza del aula, desesperado por mantener mi neutralidad en todo éste asunto. No lo logré.

Al parecer le había gustado mi habilidad para dibujar y quería que la usara para hacer sus propagandas. Me negué, no pensaba manchar el historial artístico de mi familia haciendo política. Lo entendieron perfectamente y me dejaron solo. Pasé el resto del día mirando detrás de mi espalda. A los días, volvieron y me ofrecieron caramelos del quiosco y estar por una hora completa de reloj con el muñeco mas nuevo: un Max Steel edición aventura salvaje. Difícil negarse a tal propuesta, pero lo logré.

Se cansaron de la falsa imitación de ser buenos y comenzaron las extorsiones. Me empujaban en el patio durante los recreos o me rompían los elásticos de mi cartuchera de tres pisos para que no pudiera guardar en orden mis lápices; cosas muy serias para una Suiza como yo. Pero supieron quebrarme, rompieron todos mis preciados lápices, enfatizándolo en el que más usaba. Sin embargo no fue allí donde terminé perdiendo, ojalá lo hubiera hecho pero no, terminaron llamando a su líder que terminó pegándome como ni mi mamá lo había hecho. Me dejaron tirado junto a los cadáveres que alguna vez fueron mis lápices, con el orgullo bajo el nivel del mar y las ganas de vivir de un suicida.

Deprimido y necesitado de amor, recurrí a mi madre, pero no hallé en ella más que reproches. Gritando, me quiso hacer entender que yo tenía que defenderme a los golpes, hacerme hombre. Hubiera querido explicarle mi postura ante la violencia y en cómo afecta nuestras decisiones a futuro, pero no fui capaz de hacerlo; tal vez por la edad y la falta de vocabulario, tal vez por los mocos y las lágrimas.

Los atentados contra mí no terminaron ni tampoco los intentos de mi madre por hacerme reaccionar violentamente. Yo ya no dormía, no comía, no dibujaba, me había convertido en un ente que pasaba 4 horas sentado en la silla, mientras el polvo se asentaba sobre mí.

Pero un día la rutina cambió. Esta vez no fue a mí contra quien atentaron, sino al chico gordo de la clase, ése que se come un sanguche de jamón y queso en cada recreo. Estuvieron un rato largo y acabó llorando, fue en ese momento donde me vi reflejado en sus lágrimas y recordé aquel oscuro día y no pude más, decidí hacerle caso a mi madre; Suiza, iría a la guerra.

No podía yo solo contra todo su séquito y tampoco tenía aliados en los cuales recurrir, por lo que tuve que idear un plan, un único plan, una espada de doble filo: una emboscada al líder; le cortaba la cabeza a la serpiente y el cuerpo dejaría de moverse.

Elegí el martes, ya que era el día donde lo pasaban a buscar más tarde, esperé escondido hasta que quedamos tan solo él y yo. Actué rápido porque sabía que tenía una única oportunidad, salté y ataqué. Usé como arma uno de mis lápices favoritos, para que supiera lo que era el karma, y pude sentir el primer contacto. La punta rota se clavó en su encía y me alejé rápidamente, asqueado de en lo que me había convertido. Vladimir se incorporó al instante, el plan había fallado, ahora tocaba mi castigo. Milagrosamente, la señorita entró al aula y lo detuvo de la locura que iba a hacer. Nos llevó a ambos a la dirección, donde nos obligaron a firmar un tratado de paz en el libro negro.

Luego de llamar a nuestros respectivos padres, vi como ellos lo cagaban a trompadas. En ese momento entendí de donde venía la violencia del chico, como dije, los problemas de los padres siempre recaen en los hijos. Yo no me libré del castigo, obviamente, mi madre también me pegó tratando de hacerme entender que la violencia no era la respuesta, creando en mí, conflictos que durarían años.

Pasaron los días, las semanas, los meses y los años. Pasó tanto tiempo que Vladimir y yo nos olvidamos de la guerra, de las alianzas y las amenazas. Pasó tanto el tiempo que las cosas cambiaron: yo ya no dibujo, no soy un antisocial ni me molesta jugar con los demás. Tanto cambiaron las cosas que Vladimir se volvió mi mejor amigo. Supongo que no podemos juzgar a la gente por su apariencia ni por la descendencia de su nombre, menos que menos por el comportamiento de sus padres. A la larga, Vladimir pudo cambiar, ahora estudia Psicología y planea ayudar a la gente. Así que quien sabe, tal vez yo también pueda cambiar.

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